La educación emocional en la primera infancia
La
educación emocional es una respuesta a las necesidades sociales que priman hoy
en día y que no se encuentran suficientemente atendidas en el curriculum
académico ordinario. Entre estas necesidades están la presencia de ansiedad,
estrés, depresión, violencia, etc. Todo ello es, en gran medida, consecuencia
del analfabetismo emocional.
Aprovechando
que hace poco celebramos el día de la infancia (20 de noviembre) y el día
internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer (26 de
noviembre), me parece interesante abarcar este tema, la educación emocional en
la infancia como herramienta para una sociedad pacífica.
La
educación emocional tiene como objetivo el desarrollo de competencias
emocionales. Entendemos las competencias emocionales como el conjunto de
conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes necesarias para tomar
conciencia, comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos
emocionales. Dentro de las competencias emocionales están la conciencia y
regulación emocional, autonomía emocional, competencias sociales, habilidades
de vida y bienestar.
Por
otra parte, el desarrollo de competencias emocionales requiere de una práctica
continuada. Por esto, la educación emocional se inicia en los primeros momentos
de la vida y debe estar presente a lo largo de todo el ciclo vital.
Por
lo tanto, debería estar presente en la educación infantil, primaria, secundaria,
familia, etc.
Una
de las preocupaciones prioritarias de la sociedad actual es la violencia de
todo tipo: violencia juvenil, bullying, inseguridad ciudadana, violencia de
género, delincuencia, etc. La ira es uno de los factores desencadenantes de la
violencia. Cuando se habla de ira, nos referimos a una emoción básica que
incluye una serie de matices como rabia, enfado, indignación, cólera, odio,
etc. Conseguir que las personas sean capaces de regular su ira es un paso
decisivo para la prevención de la violencia y para la mejora de la convivencia.
La ira y sus “familiares” (rabia, enfado, cólera, furia, odio, etc.) están en
el origen de muchos conflictos y comportamientos violentos. Aquí se propone la
regulación de la ira para la prevención de la violencia, y se aportan
sugerencias para la práctica.
Evidentemente,
las emociones negativas son inevitables. Por esto es importante aprender a
regularlas de forma apropiada. En cambio las emociones positivas hay que
buscarlas. Desde la educación emocional en general se propone un énfasis especial en las
emociones positivas, que son la base del bienestar subjetivo. Una repercusión
en la educación en general es proponer el bienestar emocional como uno de los
objetivos de la educación. Una persona educada es aquella que está en
condiciones de construir su propio bienestar y contribuir al bienestar general,
en colaboración con los demás. Se puede afirmar que el bienestar es la
finalidad de la educación emocional. Conviene tener presente que la
construcción del bienestar incluye la regulación de las emociones negativas y
la potenciación de las positivas.
Además,
la educación emocional debe contar con las madres y padres ya que juegan un
papel esencial en el desarrollo de estas competencias. La primera educación
emocional la recibe el bebé de sus padres, por lo que es muy importante que se
involucren en este objetivo.
Cómo llevar la educación emocional al aula.
Existen variadas metodologías para llevar a cabo la
estimulación y educación emocional en el aula.
No obstante, lo importante es conjugar el trabajo
en el aula con el de casa y perseguir objetivos como:
1. Enseñar al niño a reconocer y discriminar las
diferentes emociones, tanto negativas como positivas, mediante diferentes
indicadores fisiológicos, gestuales, posturales, conductuales, etc.
2. Definir cuándo es esperable experimentar cada
emoción y cuál es la manera apropiada de expresarla.
3. Incrementar la frecuencia del humor positivo y
las situaciones de disfrute dentro y fuera del aula.
5. Ejercitar el reconocimiento de los propios
logros y cualidades positivas.
6. Fomentar el desarrollo de la simpatía (sintonía
con el estado emocional del otro), el interés por las necesidades de los demás
y las conductas solidarias.
7. Enseñar estrategias para reducir la tensión y el
nerviosismo de una forma funcional y socialmente aceptada.
8. Promover la creatividad.
Concretando, una sesión en clase podría
estructurarse de la siguiente forma:
1. Psicoeducación:
Se trata de una actividad introductoria, donde el
docente no solo explicita cuál será la emoción sobre la que girará la actividad,
sino que también proporciona todos los datos necesarios para realizarla. No
debe suponerse que todos los niños manejan la misma información; si bien es
probable que sepan qué es el enfado, por ejemplo, es posible que algunos no lo
identifiquen en sí mismos o en los otros. Es de suma importancia nivelar la
información básica entre los participante es decir, todos deben saber de qué se
habla cuando se dice “estoy enfadado”, “estoy contento” o “quiero dar las
gracias”; también, todos deben saber cómo se siente uno cuando está triste,
ansioso, sereno, y cómo se pueden identificar estos sentimientos en los demás.
2.
Actividad central:
Puede consistir en un juego, una dramatización o
role playing, la lectura de un cuento o una fábula, una canción, una obra de
títeres o marionetas, o la enseñanza explícita de modos apropiados de expresar
las emociones. La elección del tipo de actividad que se va a desarrollar
depende, en gran medida, del diagnóstico previo que se haya realizado, pero
también de las preferencias del docente; algunos se sienten más cómodos
narrando cuentos y no actuándolos, otros más seguros desarrollando actividades
o juegos, y no cantando frente a los niños. Más allá de las preferencias
individuales, se debe invitar a los docentes a probar y probarse con las
distintas estrategias, porque pueden llegar a descubrirse en roles que no
habían imaginado
3. Reflexión final:
Esta etapa requiere también de la participación
activa de los niños.
Si bien el docente es el que guía la reflexión con
preguntas, los protagonistas deben ser los niños. El docente debe centrarse en
lograr que los niños comprendan los aspectos positivos y saludables de la
emoción que está promoviendo, enfatizando que es posible experimentarla de
forma intencional mediante el uso de la creatividad y el esfuerzo personal.
4.
Tarea para la casa:
El docente
propone tareas para la semana, con el objetivo de favorecer la generalización a
la vida cotidiana de lo trabajado en el aula y contar con la colaboración de la
familia, siempre imprescindible.
Esto
es sólo un ejemplo, que no debe servir para acotar posibilidades. Existe
multitud de variables entre las que está, por ejemplo, contar con los padres y
madres en el aula una vez a la semana para que narre las emociones vividas en
familia, lo que les hace ponerse tristes, lo que les ayuda a estar contentos,
etc.
Espero
que estas pautas os sean de utilidad. Para mayor información sobre el tema
podéis consultar esta breve bibliografía.
Bibliografía:
Bisquerra,
R. y Pérez, N. (2007). Las competencias emocionales. Educación XXI, 10.
Caballero,
A. (2004). Cómo enfocar la educación emocional dentro del aula desde la
perspectiva de género. En AA.VV.
Durán,
A., Extremera, N., Rey, L., Fernández-Berrocal, P. y Montalbán, F.M. (2006). Predicting
academic burnout and engagement in educational settings: Assessing the incremental
validity of perceived emotional intelligence beyond perceived stress and general
self-efficacy.